“… me gusta ir con el verano muy lejos pero
volver donde mi madre en invierno, y ver los perros que jamás me olvidaron y
los abrazos que me dan mis hermanos...”
Facundo
Cabral.
No
sé si ustedes hayan vivido una experiencia como ésta pero si no es así les comparto
la mía:
A los 17 años emigré de la isla de Cozumel y en ella se quedaron no
sólo mis padres sino también mi infancia y mi adolescencia. A los 24 regresé
pero sólo estuve unos meses porque volví a salir en busca de nuevos horizontes.
Pasaron
muchos años hasta que un día (en 2001) recibí una sorpresiva pero muy agradable
invitación. Eran mis ex compañeros de la secundaria que organizaban la fiesta
de la generación 1978-1981 –a 20 años de haber egresado– y solicitaban mi
presencia. Acudí a la convocatoria y créanme la experiencia de volver a tu
pueblo es única. Volver a Cozumel en esas condiciones es como meterte al túnel
del tiempo.
Desde
el barco se ve la franja oriental de tierra y al llegar al muelle se te agolpan
los recuerdos a cada instante. Te detienes en cada lugar que reconoces y aunque
se encuentre de otra forma te ves corriendo, jugando y platicando por aquellos
días, en aquel parque, cine o malecón. Es como soñar con los ojos abiertos.
Por
supuesto ya no eres la misma persona: has perdido una cantidad considerable de
cabello y subido notablemente de peso. Ahora traes una barba de candado que te
disimula la papada pero no puedes ocultar las canas y las arruguitas propias de
tu edad. Aun así, con todo y ese “disfraz” de maduro que traes puesto, los
cozumeleños son expertos en reconocer a la gente por muy cambiada que crea
estar y aparecen los primeros saludos, unos de mano y otros de toquido de
claxon. A la distancia escuchas tu nombre, otros te gritan mencionando el
apellido o el apodo.
LA
FIESTA
Por
la noche, durante la fiesta, te encuentras a los de tu grupo o mejor dicho a
los de todos los grupos porque la secundaria tenía cinco: A, B, C, D y E, y te
da un enorme placer volver a ver a tus amigos, aunque te das cuenta que ellos también
llevan el mismo disfraz de maduros. Y algo muy simpático, según te alcanza la
memoria tú sólo te llevabas con un grupo reducido de personas, tus meros
“carnales”, tus “compas”, aquellos que sabían santo y seña de tu vida, pero
también estaban los pesaditos, los que se creían ricos, los vándalos, el club
de las “bonitas” y su antagónico el grupito de las NO tan bonitas.
Hasta
donde te quedaste había gente con la que nunca habías cruzado media palabra por
mutuo desinterés, pero esa noche están todos, incluso el tipo con el que te
agarraste a golpes por una tontería y que hasta hoy entiendes que lo fue. Por allá
y por acullá están las muchachas que te gustaban y evidentemente no podía
faltar la chica por la que suspirabas y que al sentirte lejos de ella querías
cortarte las venas.
Sin
embargo en esa noche ocurre algo mágico, es la magia del tiempo manifestada en
madurez. Los pesaditos ya no te parecen tan desagradables, incluso te
simpatizan, a los que se creían ricos la vida lo ha ubicado o fortalecido, y qué
decir de los vándalos que ahora son profesionistas destacados. Por lo que hace
a las bonitas ya no las ves tan inalcanzables.
Cuando
menos te das cuenta ya has saludo a casi todos con excepción de dos o tres
personas que estás seguro son las esposas o los esposos de tus ex compañeros,
pero resulta que ellos son tus ex compañeros, los mismos que has estado
ignorando durante toda la noche porque están irreconocibles, mucho más
“gastaditos”, o bien porque eran gordos y adelgazaron o porque era delgados y engordaron.
Ocurre todo lo contrario con aquellos que parecen haberse metido a la cámara
criogénica porque literalmente están I-GUA-LI-TOS. Luego te topas con la chica
de tus sueños y te das cuenta que el tiempo voló y que de tu percepción de
adolescente ya no queda nada
En
la madrugada y al calor de los alcoholes el grupo se reduce y se entra en
confianza. Es tiempo de “decirse las netas”. ¿Y a ti quién te gustaba? –
preguntan insistentemente las compañeras. Nunca lo hagan. Hay secretos de
Estado que no se desclasifican y menos en esas condiciones porque, o bien
quedas como un imbécil en tiempo pasado por no habérselo dicho en su momento, o
bien como un imprudente en tiempo presente por hacerlo en público y delante de
ella. La respuesta que mejor te acomoda, como hombre, es decir “¿a mí? Todas”.
Definitivamente
fue una noche inolvidable que ocurrió hace 10 años y que tendrá una nueva
edición este sábado 30 de julio de 2011 (también en Cozumel) cuando se cumplan los 30
años de haber salido de la secundaria pero esa, esa ya es otra historia.
Francisco
Verdayes Ortiz
Cancún,
Quintana Roo, México
Miércoles 27 de julio de 2011
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