La
primera vez que oí la expresión “caldo de gallina” me pareció muy simpática, y
como se la escuché decir a un campesino maya pensé que se trataba de un
regionalismo. Durante años, a lo largo
de mi infancia y mi adolescencia en la isla de Cozumel, seguí oyendo ese
término: “caldo de gallina”, pero como siempre lo mencionaba la gente nativa, concluí
que era una manera yucateca de llamarle al caldo de pollo.
Crecí con el error y nunca pregunté a
mis padres ya que en la casa siempre se cocinó caldo de pollo. Algún día pagaría
cara mi equivocación...
En 1991 trabajaba en un periódico de la ciudad
de México. Me moría de hambre pero cerca del rotativo había un puesto callejero
de comida, que pensé era de tacos. El lugar
estaba lleno así que deduje debía ser algo rico. Me acerqué y pregunté qué era lo que vendían: “Caldo de
gallina” – me respondieron… ¿Caldo de
gallina? Órale como en Cozumel –dije para mis adentros. Sin pensarlo chequé mi
bolsillo y el número de monedas coincidía con el costo del caldito….
Yo vi que todos saboreaban el manjar.
Cada bocado, cada cucharada, cada sorbo de los comensales era digno de
fotografía, y con el hambre que traía pedí mi caldo de gallina. Así recibí una
rica y deliciosa sopa, acompañada de tortillas hechas a mano, salsas de primera
línea, garbanzos y cebollita picada. Aquello era una delicia, pero cuando di la
primera mordida ¡¡¡BOLAS!!! Hubo un corto circuito en mi cerebro. El sabor era
diferente al pollo, la carne era muy dura y las piezas me parecían enormes… Se
me revolvió el estómago porque, evidentemente, NO ERA POLLO… Volteé a ver al resto de los clientes y nadie
decía nada. El único que traía cara de asco era yo…
Pensé comerme nada más los garbanzos y
el caldito pero ¿Cómo? Sabrá Dios de que animal estaba hecho eso… Tuve pensamientos zopiloteros que
fortalecieron mis náuseas así que, no quedándome otra, me limité a las
tortillas con sal acompañadas del chesco. Por supuesto todos se quedaron intrigados
cuando me levanté y dejé entero el caldo de… ¿gallina?
Me metí al periódico a trabajar, pero
aquel suceso fue tan impactante que de inmediato se lo platiqué a un amigo, y
al final de la charla rematé con la frase: “Te juro que eso NO es caldo de
pollo”… Entonces mi compañero frunció el ceño, en señal de extrañeza, y me
respondió:
– Por supuesto que no es caldo de pollo,
es caldo de gallina…
–A ver, a ver… –le dije – Qué, ¿el caldo
de pollo y el caldo de gallina no son lo mismo?
–No… La gallina es más grande y es más
dura. El pollo es tiernito…
–Entonces… lo que venden allá es caldo
de ¡¡¡gallina!!!
Con 26 años de edad caí en la cuenta: La
expresión caldo de gallina no era un regionalismo y aquello tampoco un zopilote.
Siempre viví en el error ¡Por Dios! A los dos o tres días volví al puesto
callejero, pedí un caldo de gallina y esta vez ¡¡¡NO SE LA PERDONÉ!!!
Francisco
Verdayes Ortiz
fverdayes@hotmail.com
fverdayes@hotmail.com
6
de marzo de 2013
Cancún,
Quintana Roo
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