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domingo, 10 de marzo de 2013

EL CALDO DE GALLINA



La primera vez que oí la expresión “caldo de gallina” me pareció muy simpática, y como se la escuché decir a un campesino maya pensé que se trataba de un regionalismo. Durante  años, a lo largo de mi infancia y mi adolescencia en la isla de Cozumel, seguí oyendo ese término: “caldo de gallina”, pero como siempre lo mencionaba la gente nativa, concluí que era una manera yucateca de llamarle al caldo de pollo.
Crecí con el error y nunca pregunté a mis padres ya que en la casa siempre se cocinó caldo de pollo. Algún día pagaría cara mi equivocación...
En 1991 trabajaba en un periódico de la ciudad de México. Me moría de hambre pero cerca del rotativo había un puesto callejero de comida, que pensé era de tacos.  El lugar estaba lleno así que deduje debía ser algo rico. Me acerqué  y pregunté qué era lo que vendían: “Caldo de gallina” – me respondieron…  ¿Caldo de gallina? Órale como en Cozumel –dije para mis adentros. Sin pensarlo chequé mi bolsillo y el número de monedas coincidía con el costo del caldito….
Yo vi que todos saboreaban el manjar. Cada bocado, cada cucharada, cada sorbo de los comensales era digno de fotografía, y con el hambre que traía pedí mi caldo de gallina. Así recibí una rica y deliciosa sopa, acompañada de tortillas hechas a mano, salsas de primera línea, garbanzos y cebollita picada. Aquello era una delicia, pero cuando di la primera mordida ¡¡¡BOLAS!!! Hubo un corto circuito en mi cerebro. El sabor era diferente al pollo, la carne era muy dura y las piezas me parecían enormes… Se me revolvió el estómago porque, evidentemente, NO ERA POLLO…  Volteé a ver al resto de los clientes y nadie decía nada. El único que traía cara de asco era yo…
Pensé comerme nada más los garbanzos y el caldito pero ¿Cómo? Sabrá Dios de que animal estaba hecho eso…  Tuve pensamientos zopiloteros que fortalecieron mis náuseas así que, no quedándome otra, me limité a las tortillas con sal acompañadas del chesco. Por supuesto todos se quedaron intrigados cuando me levanté y dejé entero el caldo de… ¿gallina?
Me metí al periódico a trabajar, pero aquel suceso fue tan impactante que de inmediato se lo platiqué a un amigo, y al final de la charla rematé con la frase: “Te juro que eso NO es caldo de pollo”… Entonces mi compañero frunció el ceño, en señal de extrañeza, y me respondió:
– Por supuesto que no es caldo de pollo, es caldo de gallina…
–A ver, a ver… –le dije – Qué, ¿el caldo de pollo y el caldo de gallina no son lo mismo?
–No… La gallina es más grande y es más dura. El pollo es tiernito…
–Entonces… lo que venden allá es caldo de ¡¡¡gallina!!!

Con 26 años de edad caí en la cuenta: La expresión caldo de gallina no era un regionalismo y aquello tampoco un zopilote. Siempre viví en el error ¡Por Dios! A los dos o tres días volví al puesto callejero, pedí un caldo de gallina y esta vez ¡¡¡NO SE LA PERDONÉ!!!   

Francisco Verdayes Ortiz
fverdayes@hotmail.com
6 de marzo de 2013
Cancún, Quintana Roo



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