Lo
conocí en Chetumal allá por 1965. Era un tipo alto, de buena presencia, de voz
potente, pero no modulada… Nunca le conocí ideología política pero practicaba
la igualdad, pues para él valía lo mismo el rico que el pobre… Asistía muy poco
a la iglesia (católica) pero siempre le veía ayudar a sus semejantes.
Un día instaló una funeraria en Cozumel
y en su primer servicio le fue muy mal: el difunto era un campesino muy
humilde, y no sólo no cobró el ataúd sino que encima sacó dinero de su bolsa
para que la viuda pudiera regresar a su pueblo. La “inauguración” había sido
fatal, pero el hombre estaba ¡Feliz!
Como
empresario era un rotundo fracaso, pues en vez de aplastar a la competencia
comulgaba con la idea de que “el sol nace para todos”. Siempre me dijo que más
valía tener un amigo que un peso, y a menudo decía que Dios había hecho el
mundo y el diablo, el dinero…
Se
encargó de cambiarle totalmente el significado a la frase maquiavélica de
“Divide y vencerás” que nos dice que evitando alianzas en nuestra contra, nadie
podrá derrotarnos. Para él, “Divide y vencerás” era compartir, incluso
aliándose con su enemigo.
Siempre
lo consideré valiente porque muchas veces lo vi sonreír ante el peligro. Un día
le pregunté – ¿Qué, tú no tienes miedo? – ¡Mucho! –Me respondió– pero tengo que
controlarlo. En alguna ocasión alguien le preguntó si por el hecho de tener una
funeraria no le daba temor trabajar entre los muertos y fiel a su estilo me
contestó: “A mí me dan más miedo los vivos”.
Su
mayor ambición: vivir la vida…
Su profesión: aprendiz de todo y oficial
de nada: locutor, modelo, fotógrafo, camarógrafo, periodista, vendedor, payaso,
agente sanitario, cerrajero…
Su tierra natal: Quintana Roo, porque
decía que el hombre es de donde se hace y no de donde nace, así que el Distrito
Federal no significaba nada para él.
Su "deporte" favorito: el cubilete, casi
siempre ganaba y las cervezas le salían gratis.
Su mayor orgullo: hacer que su palabra
valiera más que su firma, y poder abrir la puerta de su casa sin tener que
mirar por la rejilla.
En su relación matrimonial reflejaba la
enorme seguridad que poseía. Alguien, por querer intrigar, en una reunión de
caballeros públicamente le preguntó: “Oye, ¿y tú confías plenamente en tu
mujer?” Con la sangre fría que le caracterizaba esbozó una sonrisa y respondió:
“Bueno, yo sé con quién estoy casado ¿Tú no?”.
Jamás
me presumió sus amistades, pero con el paso de los años me fui enterando que
artistas, deportistas e intelectuales formaban parte de su grupo, el último que
le conocí fue al escritor Juan Rulfo, y supe que había sido su amigo sólo
porque Rulfo murió.
El
destino le puso a prueba, aquella su frase de “más vale tener un amigo que un
peso”, porque cuando le amputaron una pierna, y sus amigos se enteraron
que estaba en condiciones económicas desfavorables, ese mismo día una hoja de
papel, arrancada de un cuaderno barato, circuló por los bares, comercios y
cafés, y el aporte fue verdaderamente copioso. Al calce estaban los nombres de
los hombres más poderosos de Cozumel, mezclados con los de la gente más humilde
de la isla.
Por
problemas de diabetes y várices esofágicas su tiempo de vida estaba contado: Un
año y medio, a lo más… Nos engañábamos mutuamente… Yo, no diciéndole la verdad
y él, haciéndome creer que no la sabía.
En
la madrugada del 6 de enero de 1989, en el hospital “Manuel G. González” de la
capital de la República, tuve el privilegio de estar a su lado. Su corazón se
detuvo para siempre en un Día de Reyes…
¡Cómo te extraño viejo! ¡Cómo te extraño
papá!...
En recuerdo de Francisco Humberto
Verdayes y Sapién (1928-1989)
Francisco
Verdayes Ortiz
Publicado
en Novedades de Quintana Roo
el
jueves 6 de enero de 2000,
sección
“Voces y Opiniones”
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