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domingo, 10 de marzo de 2013

A UN GRAN AMIGO...




Lo conocí en Chetumal allá por 1965. Era un tipo alto, de buena presencia, de voz potente, pero no modulada… Nunca le conocí ideología política pero practicaba la igualdad, pues para él valía lo mismo el rico que el pobre… Asistía muy poco a la iglesia (católica) pero siempre le veía ayudar a sus semejantes.

Un día instaló una funeraria en Cozumel y en su primer servicio le fue muy mal: el difunto era un campesino muy humilde, y no sólo no cobró el ataúd sino que encima sacó dinero de su bolsa para que la viuda pudiera regresar a su pueblo. La “inauguración” había sido fatal, pero el hombre estaba ¡Feliz!

Como empresario era un rotundo fracaso, pues en vez de aplastar a la competencia comulgaba con la idea de que “el sol nace para todos”. Siempre me dijo que más valía tener un amigo que un peso, y a menudo decía que Dios había hecho el mundo y el diablo, el dinero…

Se encargó de cambiarle totalmente el significado a la frase maquiavélica de “Divide y vencerás” que nos dice que evitando alianzas en nuestra contra, nadie podrá derrotarnos. Para él, “Divide y vencerás” era compartir, incluso aliándose con su enemigo.

Siempre lo consideré valiente porque muchas veces lo vi sonreír ante el peligro. Un día le pregunté – ¿Qué, tú no tienes miedo? – ¡Mucho! –Me respondió– pero tengo que controlarlo. En alguna ocasión alguien le preguntó si por el hecho de tener una funeraria no le daba temor trabajar entre los muertos y fiel a su estilo me contestó: “A mí me dan más miedo los vivos”.

Su mayor ambición: vivir la vida…
Su profesión: aprendiz de todo y oficial de nada: locutor, modelo, fotógrafo, camarógrafo, periodista, vendedor, payaso, agente sanitario, cerrajero…
Su tierra natal: Quintana Roo, porque decía que el hombre es de donde se hace y no de donde nace, así que el Distrito Federal  no significaba nada para él.
Su "deporte" favorito: el cubilete, casi siempre ganaba y las cervezas le salían gratis.
Su mayor orgullo: hacer que su palabra valiera más que su firma, y poder abrir la puerta de su casa sin tener que mirar por la rejilla.

En su relación matrimonial reflejaba la enorme seguridad que poseía. Alguien, por querer intrigar, en una reunión de caballeros públicamente le preguntó: “Oye, ¿y tú confías plenamente en tu mujer?” Con la sangre fría que le caracterizaba esbozó una sonrisa y respondió: “Bueno, yo sé con quién estoy casado ¿Tú no?”.

Jamás me presumió sus amistades, pero con el paso de los años me fui enterando que artistas, deportistas e intelectuales formaban parte de su grupo, el último que le conocí fue al escritor Juan Rulfo, y supe que había sido su amigo sólo porque Rulfo murió.

El destino le puso a prueba, aquella su frase de “más vale tener un amigo que un peso”, porque cuando le amputaron una pierna, y sus amigos se enteraron que estaba en condiciones económicas desfavorables, ese mismo día una hoja de papel, arrancada de un cuaderno barato, circuló por los bares, comercios y cafés, y el aporte fue verdaderamente copioso. Al calce estaban los nombres de los hombres más poderosos de Cozumel, mezclados con los de la gente más humilde de la isla.

Por problemas de diabetes y várices esofágicas su tiempo de vida estaba contado: Un año y medio, a lo más… Nos engañábamos mutuamente… Yo, no diciéndole la verdad y él, haciéndome creer que no la sabía.

En la madrugada del 6 de enero de 1989, en el hospital “Manuel G. González” de la capital de la República, tuve el privilegio de estar a su lado. Su corazón se detuvo para siempre en un Día de Reyes…

¡Cómo te extraño viejo! ¡Cómo te extraño papá!... 

En recuerdo de Francisco Humberto Verdayes y Sapién (1928-1989)

Francisco Verdayes Ortiz
Publicado en Novedades de Quintana Roo
el jueves 6 de enero de 2000,
sección “Voces y Opiniones”


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