• Es muy
probable que sin imaginarlo le estemos preparando al hampa a un nuevo
integrante.
Si
piensa que le voy a dar consejos sobre dónde colocar cámaras de seguridad,
alambres de púas, cercas electrificadas, armamento sofisticado o recomendarle
un par de fieros perros, lamento desilusionarlo. En México se nos ha hecho
costumbre agradecer a la Virgen de Guadalupe por todas las cosas buenas y a
condenar al gobierno (de cualquier color) por todo lo malo que nos pasa pero
¿qué estamos haciendo nosotros –en nuestra propia casa– por combatir a la
delincuencia?
Por
principio le diré que el crimen organizado (que es lo único organizado en este
país) nació como un tumor maligno que se ha esparcido por todo el cuerpo
(sociedad); un cáncer que se ha alimentado de nuestra pérdida de valores. ¿Se
acuerdan que nuestros padres nos enseñaron a trabajar desde pequeños? Qué
teníamos que ceder el asiento a las damas, y no digamos a las embarazadas. Que
nos enseñaron el respeto a los adultos, y por supuesto a la gente de la tercera
edad.
Eran
los tiempos en los que, cuando se entonaba el Himno Nacional Mexicano, nuestros
viejos nos levantaban con la pura mirada, y tras despojarnos de la gorra
teníamos que saludar. Si durante la comida nos retirábamos de la mesa, antes
que los demás, debíamos decir: “Provecho y… con permiso”.
Las
palabras “Por favor” y “Gracias” eran de uso común, y había una especie de fair
play (juego limpio) entre los hombres: ceder el paso a otro automovilista,
aunque uno tuviera la preferencia, era un detalle de “deportivismo” que
enaltecía a quien lo realizaba. Nuestros padres medían sus palabras en
presencia de las mujeres, y ante una eventual grosería, no faltaba el caballero
que enérgica, pero respetuosamente, recordaba a los ahí reunidos: “Señores… hay
damas”.
Cuando
se evacuaba a la gente de las zonas de desastre era clásica aquella frase de:
“¡Mujeres y niños, primero! Yo sé que a las nuevas generaciones les resultará
difícil de creer pero, incluso hasta la propia delincuencia tenía niveles de
ética. La mafia siciliana –el modelo de todas las mafias del mundo– advertía a
sus sicarios que nadie podía meterse ni con las mujeres ni con los niños. Y en
el caso de los secuestradores, cuando los familiares de la víctima pagaban el
rescate, se entregaba vivo al plagiado, pues aún entre los malos había algo de
honor.
Nuestras
madres nos repetían una y otra vez que debíamos estudiar para ser alguien en la
vida, y el ejemplo de Benito Juárez era el más recurrido, el del indio zapoteca
que gracias a su empeño y dedicación llegó a ser presidente del país, porque si
algo quedaba muy claro es que había que estudiar y trabajar mucho para llegar
lejos, tan lejos como el Benemérito de las Américas. Además en los pueblos las
figuras del maestro, del cura, del abogado y del señor doctor eran modelos a
seguir. Todo el mundo quería llegar a ser como ellos.
LA TRISTE REALIDAD
Hoy
en día le cierras el paso al imbécil que te quiere rebasar y ya no hay
necesidad de acallar los improperios de los majaderos pues son las jovencitas
las más diestras en esos menesteres. Las mujeres y los niños siguen siendo los
primeros, pero los primeros en ser masacrados en esta guerra carente de
valores, y aquella imagen inmaculada de los profesores se debate en escenas de
plantones y marchas. Los curas cayeron en escándalos de pederastia y narco
limosnas. La abogacía es el símbolo de una ley retorcida, y los médicos se
encuentran a años luz del juramento de Hipócrates: se cura al enfermo, siempre
y cuando tengas con qué pagar.
Tiempos
aquellos cuándo nuestros padres nos cuestionaban de dónde habíamos sacado el
juguete que no era nuestro y que llevábamos a la casa. Cuándo nos obligaban a
devolver lo que nos habíamos encontrado. Cuando jugar a policías y ladrones era
difícil porque todos querían ser los policías. Hoy nadie acepta el cargo, ni
siquiera en juegos. Además, ¿para qué estudiar? ¿Para qué esforzarse? Benito
Juárez es un pasado de moda en este presente en el que las balas y el dinero
marcan el poder.
LA EQUIVOCACIÓN
¿En
qué momento perdimos el control de nuestros hogares? ¿En qué momento empezamos
a crear delincuentes en nuestra propia casa? En mi humilde opinión pienso que
esto sucedió cuando ya no permitimos que nuestros hijos aprendieran a ganarse
nada, ni a valorar lo que tienen, y mucho menos a aportar algo para la economía
de la casa.
Nos
equivocamos cuando se nos hizo gracioso que se embriagaran y fumaran en nuestra
presencia, porque eso los hacía verse “maduros” y a nosotros ser unos padres
muy “alivianados”. Cuando les dimos vehículos sin advertirles que hay que
trabajar para conseguir la gasolina. Cuando nos anticipamos a resolver sus
problemas a pesar de que NO solicitaron nuestra ayuda.
Los
perdimos –como hijos– cuando delegamos su formación a las muchachas de
servicio, a las nanas, a las tías, o en el mejor de los casos a las abuelitas.
Les
enseñamos a delinquir cuando –con hechos– les demostramos que la honradez
ESTORBA: cuando nos vieron dar “mordida” al agente de tránsito para evitar
pagar la multa; cuando les presumimos que gracias a nuestras influencias se
puede conseguir TODO, y que somos muy “astutos” porque sabemos cómo hacerle
para pagar menos a la Comisión Federal de Electricidad. Que tenemos señal de
cable sin gastar un solo peso, y que nos podemos estacionar en lugares
reservados para discapacitados gracias a nuestros contactos.
Estamos
viviendo los tiempos del hijo orgulloso que presume a su padre porque gracias a
él ya sacó la cartilla militar sin tener que marchar. Que tiene al mejor viejo
del mundo porque le permite llegar a la casa a la hora que sea, y nunca le
pregunta nada, ni le cuestiona nada, porque para eso es su papá. Y tal vez no
lo sepamos, pero es muy probable que sin imaginarlo, y por supuesto sin
quererlo, le estemos preparando al hampa a un nuevo integrante. Por ello le
digo que en su casa, en la mía, en la de todos, debemos librar la lucha contra
la delincuencia, en la parte que nos corresponde, y la mejor arma será nuestro
correcto ejemplo. Ojalá no sea demasiado tarde.
Francisco
Verdayes Ortiz
Cancún, Quintana
Roo, México
Martes 25 de
enero de 2011
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