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domingo, 10 de marzo de 2013

EL COMBATE A LA DELINCUENCIA EMPIEZA EN NUESTRA CASA



• Es muy probable que sin imaginarlo le estemos preparando al hampa a un nuevo integrante.

Si piensa que le voy a dar consejos sobre dónde colocar cámaras de seguridad, alambres de púas, cercas electrificadas, armamento sofisticado o recomendarle un par de fieros perros, lamento desilusionarlo. En México se nos ha hecho costumbre agradecer a la Virgen de Guadalupe por todas las cosas buenas y a condenar al gobierno (de cualquier color) por todo lo malo que nos pasa pero ¿qué estamos haciendo nosotros –en nuestra propia casa– por combatir a la delincuencia?

Por principio le diré que el crimen organizado (que es lo único organizado en este país) nació como un tumor maligno que se ha esparcido por todo el cuerpo (sociedad); un cáncer que se ha alimentado de nuestra pérdida de valores. ¿Se acuerdan que nuestros padres nos enseñaron a trabajar desde pequeños? Qué teníamos que ceder el asiento a las damas, y no digamos a las embarazadas. Que nos enseñaron el respeto a los adultos, y por supuesto a la gente de la tercera edad.

Eran los tiempos en los que, cuando se entonaba el Himno Nacional Mexicano, nuestros viejos nos levantaban con la pura mirada, y tras despojarnos de la gorra teníamos que saludar. Si durante la comida nos retirábamos de la mesa, antes que los demás, debíamos decir: “Provecho y… con permiso”.

Las palabras “Por favor” y “Gracias” eran de uso común, y había una especie de fair play (juego limpio) entre los hombres: ceder el paso a otro automovilista, aunque uno tuviera la preferencia, era un detalle de “deportivismo” que enaltecía a quien lo realizaba. Nuestros padres medían sus palabras en presencia de las mujeres, y ante una eventual grosería, no faltaba el caballero que enérgica, pero respetuosamente, recordaba a los ahí reunidos: “Señores… hay damas”.

Cuando se evacuaba a la gente de las zonas de desastre era clásica aquella frase de: “¡Mujeres y niños, primero! Yo sé que a las nuevas generaciones les resultará difícil de creer pero, incluso hasta la propia delincuencia tenía niveles de ética. La mafia siciliana –el modelo de todas las mafias del mundo– advertía a sus sicarios que nadie podía meterse ni con las mujeres ni con los niños. Y en el caso de los secuestradores, cuando los familiares de la víctima pagaban el rescate, se entregaba vivo al plagiado, pues aún entre los malos había algo de honor.

Nuestras madres nos repetían una y otra vez que debíamos estudiar para ser alguien en la vida, y el ejemplo de Benito Juárez era el más recurrido, el del indio zapoteca que gracias a su empeño y dedicación llegó a ser presidente del país, porque si algo quedaba muy claro es que había que estudiar y trabajar mucho para llegar lejos, tan lejos como el Benemérito de las Américas. Además en los pueblos las figuras del maestro, del cura, del abogado y del señor doctor eran modelos a seguir. Todo el mundo quería llegar a ser como ellos.

LA TRISTE REALIDAD

Hoy en día le cierras el paso al imbécil que te quiere rebasar y ya no hay necesidad de acallar los improperios de los majaderos pues son las jovencitas las más diestras en esos menesteres. Las mujeres y los niños siguen siendo los primeros, pero los primeros en ser masacrados en esta guerra carente de valores, y aquella imagen inmaculada de los profesores se debate en escenas de plantones y marchas. Los curas cayeron en escándalos de pederastia y narco limosnas. La abogacía es el símbolo de una ley retorcida, y los médicos se encuentran a años luz del juramento de Hipócrates: se cura al enfermo, siempre y cuando tengas con qué pagar.

Tiempos aquellos cuándo nuestros padres nos cuestionaban de dónde habíamos sacado el juguete que no era nuestro y que llevábamos a la casa. Cuándo nos obligaban a devolver lo que nos habíamos encontrado. Cuando jugar a policías y ladrones era difícil porque todos querían ser los policías. Hoy nadie acepta el cargo, ni siquiera en juegos. Además, ¿para qué estudiar? ¿Para qué esforzarse? Benito Juárez es un pasado de moda en este presente en el que las balas y el dinero marcan el poder.

LA EQUIVOCACIÓN

¿En qué momento perdimos el control de nuestros hogares? ¿En qué momento empezamos a crear delincuentes en nuestra propia casa? En mi humilde opinión pienso que esto sucedió cuando ya no permitimos que nuestros hijos aprendieran a ganarse nada, ni a valorar lo que tienen, y mucho menos a aportar algo para la economía de la casa.

Nos equivocamos cuando se nos hizo gracioso que se embriagaran y fumaran en nuestra presencia, porque eso los hacía verse “maduros” y a nosotros ser unos padres muy “alivianados”. Cuando les dimos vehículos sin advertirles que hay que trabajar para conseguir la gasolina. Cuando nos anticipamos a resolver sus problemas a pesar de que NO solicitaron nuestra ayuda.

Los perdimos –como hijos– cuando delegamos su formación a las muchachas de servicio, a las nanas, a las tías, o en el mejor de los casos a las abuelitas.

Les enseñamos a delinquir cuando –con hechos– les demostramos que la honradez ESTORBA: cuando nos vieron dar “mordida” al agente de tránsito para evitar pagar la multa; cuando les presumimos que gracias a nuestras influencias se puede conseguir TODO, y que somos muy “astutos” porque sabemos cómo hacerle para pagar menos a la Comisión Federal de Electricidad. Que tenemos señal de cable sin gastar un solo peso, y que nos podemos estacionar en lugares reservados para discapacitados gracias a nuestros contactos.

Estamos viviendo los tiempos del hijo orgulloso que presume a su padre porque gracias a él ya sacó la cartilla militar sin tener que marchar. Que tiene al mejor viejo del mundo porque le permite llegar a la casa a la hora que sea, y nunca le pregunta nada, ni le cuestiona nada, porque para eso es su papá. Y tal vez no lo sepamos, pero es muy probable que sin imaginarlo, y por supuesto sin quererlo, le estemos preparando al hampa a un nuevo integrante. Por ello le digo que en su casa, en la mía, en la de todos, debemos librar la lucha contra la delincuencia, en la parte que nos corresponde, y la mejor arma será nuestro correcto ejemplo. Ojalá no sea demasiado tarde.

Francisco Verdayes Ortiz
Cancún, Quintana Roo, México
Martes 25 de enero de 2011


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