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miércoles, 11 de enero de 2012

CUANDO EMPIEZAS A IR EN CONTRA DE LAS MANECILLAS DEL RELOJ

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Hace muy poco me dijeron en son de broma que mi vida estaba caminando hacia atrás como la de Benjamín Button…  El comentario me lo hizo la madre de mis hijos y salió entre las conversaciones de vacilón aunque honestamente me dejó pensando, y tras algunos segundos de razonar me di cuenta que tiene toda la razón del mundo.
“El curioso caso de Benjamín Button” es el título de una película de ficción (estrenada en el 2008) que cuenta la historia de un hombre que nace con 86 años de edad, con muy escasas posibilidades de sobrevivir, pero mientras pasa el tiempo, lejos de envejecer, Benjamín irá rejuveneciendo. Avanza la trama y se sobreentiende que su muerte ocurrirá en sentido contrario a las manecillas del reloj, cuando se haga bebé.
Cuando vi la película me pareció una verdadera “mafufada”. Interesante, cierto. Muy bien llevada pues por algo ganó tantos premios internacionales, pero al fin y al cabo una historia irreal. Quién en su sano juicio pudiera creer que esto ocurra. Sin embargo hasta ahora caigo en la cuenta que el escritor (F. Scott Fitzgerald) nos mandó un mensaje más allá de lo visible… ¡Vaya que soy lento de aprendizaje!

MI PROPIO CASO

Comenzaré por decirles –y sin ánimo de reclamo– que mi padre fue el responsable de que NUNCA creyera en Santa Claus, ni en los Reyes Magos, ni en el ratón de los dientes, ni en ninguna de esas ilusiones propias de los niños. Don Francisco Verdayes y Sapién era un tipo maravilloso pero muy duro, que habiendo vivido la dureza y crudeza de la vida pretendió confeccionarme un “chaleco anti-decepciones”. Además, como buen hombre de la vieja guardia, me hizo crecer a pasos agigantados y cuando andaba por los 13 años cometió la “salvajada” (así dijeron las hermanas de mi madre) de hacerme debutar en las cuestiones “amatorias” con una caritativa “trabajadora social”.
Fui hijo único y tuve pocos amigos porque no me atraía lo que al resto de los muchachos de mi edad: El baile, las novias, la diversión. Me encantaban las mujeres pero mi baja autoestima me hizo renunciar a ellas sin siquiera intentarlo. De manera que preferí adoptar poses y roles de adulto, y lo peor que me pudo haber ocurrido fue haber tenido éxito porque me hizo despegar de la vida que me correspondía. Se me dio eso de ser el jefe de grupo, el capitán del equipo de futbol, el representante… En fin, una especie de “Pancho López” cuya vida corría hacia adelante a mil por hora. A los 15 años ya era periodista y locutor, me interesaba la política y mucha de la gente que me rodeaba me duplicaba la edad.
Recuerdo que me encantaba el canto  y varias veces participé en concursos de aficionados, pero era mi madre (Susana Ortiz) quien me seleccionaba los temas porque yo era extremadamente anticuado. Me encantaban las canciones de Javier Solís, Pedro Infante, Jorge Negrete, Luis Aguilar y Daniel Santos que nada, absolutamente nada, tenían que ver con mi edad. Y es que lo psicológico ya se iba conectando con lo físico porque a los 14 años me empezó a salir el bigote y con lo robusto de mi cuerpo me veía más como el papá del participante que como el participante mismo. Era simpático porque tenía que cargar con mi acta de nacimiento para comprobar la edad, pues me veía cinco o seis años mayor de lo que realmente tenía.

FIESTA SORPRESA

Poco antes de salir de Cozumel cumplí 17 años de vida. El “festejo” iba a ser como el de todos los años, con mis padres, un par de amigos y ya, pero mis compañeros de la preparatoria se enteraron que nunca había tenido una fiesta de cumpleaños, de esas de pastel, ensalada, piñatas, regalos, serpentinas… Todo eso que yo veía cuando acudía a las fiestas de los demás. Mis amigos me hicieron el mejor de los regalos pues en medio del sigilo me armaron una fiesta con todos estos elementos: hubo espantasuegras, gorritos, pastel, refrescos, fue la mejor de mis fiestas.
Debido a lo engañoso de mi apariencia nunca tuve problemas para entrar a ver películas en clasificación C, y en mis estudios profesionales –a nivel licenciatura– no fueron pocas las veces en las que fui confundido con el maestro cuando me presentaba a tramitar cuestiones del grupo o individuales.
Entenderán que con tanta precocidad pareciera que nací adulto. Tal vez no los 86 de Benjamín Button pero el hecho de aparentar cinco o diez años arriba de mi verdadera edad, me hizo tener amigos que bien pudieron ser mis padres o incluso mis abuelos. En la familia de mi madre yo era el consentido de los primos mayores porque me sabía 20 mil chistes colorados y dominaba los albures (el doble sentido) mucho antes de que cumpliera los 11 años. Les provocaba mucha gracia a mis primos tener en mí a una versión real de “Pepito el de los cuentos”.
Entrada la adolescencia vino mi etapa de “madurez” y mi comportamiento y mi código de conducta fueron totalmente los de un hombre adulto. Sin embargo, en los  últimos años eso ha cambiado: paradójico porque tal parece que ya me cansé de ser adulto justamente ahora que YA SOY ADULTO…
Ahora en los cuarentas enfrento los problemas existenciales que debí vivir en mi adolescencia. Ya no me gustan tanto los colores serios que preferí vestir durante toda mi vida: el negro y el beige. Hoy busco camisas y playeras en tonos verde perico, azules cielo, naranja intenso o colores claros, incluyendo el rosa y el crema. Hay quien dice que esto forma parte de la “crisis de los cuarentas” que es cuando los seres humanos sienten que se les está yendo la juventud. El caso mío es más complicado porque yo no disfruté mi juventud y pudiera decir que ni siquiera mi niñez.
Siento que ya se acabó el ratón de biblioteca y hoy quiero salir a todos lados. Deseo  aprender a bailar y en mi cancionero ya no figuran las de Javier Solís. Anhelo andar en moto y por qué no, sentir la adrenalina de pasarme un semáforo en luz roja.
En el terreno sentimental tuve novias y eso hasta los 22 años. La primera fue casi administrativa (tres meses) y con la segunda me casé (la mamá de mis hijos). Siempre que lo platico no me creen, me toman por falso e hipócrita.
Me divorcié hace nueve años y cuando tuve que hablar con mis hijos de la existencia de otra mujer –de una novia–, no fue nada sencillo. Creo que ahí me estrené como Benjamín Button y empecé a ir en contra de las manecillas, porque ahora mis hijos eran mis padres. Los fiscalizados pasaron a ser fiscales. Tardé como 10 días para decirles y me temblaban las manos. En la actualidad son ellos quienes me preguntan a dónde voy, o a dónde fui.
Mi hija de 21 años y mi hijo de 19 se han convertido en mis más duros jueces. Sé que me ven ridículo cuando coloco pensamientos y canciones románticas en el muro de Facebook… Me volví aficionado del Messenger de Hotmail, seguidor de las redes sociales y de la utilización del Iphone. Me fascina ver videos en Youtube y ahora busco las canciones que debí haber bailado y escuchado en mi tiempo y que no hice. Con la mamá de mis hijos llevo una estupenda relación y advierte que al paso que voy me encontrará en los antros bailando música discotequera, podría ¿por qué no?
            Es un hecho que debe existir una explicación psicológica-sociológica a mi comportamiento. Pero mientras eso ocurre puedo darme cuenta que mi mundo gira al revés: Ahora me empiezo a rodear de gente mucho más joven que yo. Honestamente no creo ser el único caso y por eso lo comparto con ustedes porque sé que hay muchos más  “Benjamín Button”, algunos de los cuales me estarán leyendo. Yo sólo sé que empiezo a disfrutar de la vida y espero hacerlo sin causarle mal a nadie. 

Francisco Verdayes Ortiz
fverdayes@hotmail.com
Cancún, Quintana Roo, México
11 de enero de 2012